viernes, 3 de julio de 2009

La mal-venida

Y vino…mira que ya asechaba… Se puso tontita dando vueltas a mí alrededor, se iba acercando poquito a poco, merodeándome. Daba pasitos, pequeños, dudosos, arrastrados y circulosos.

Le intuía, le miraba de reojo, en un principio con suspicacia, hasta llegar a la irritación cada vez que oía uno de esos pasos suyos deslizao…

Cuando le noté llegar, le confundí con otros…¿Será el calor? Sí, es el calor, que no me deja pensar, que me agota el alma y el movimiento, que me duerme la energía y que se enreda con mi imaginación.

Entonces, busqué las horas de menos acaloramiento para dar ánimo a mi voluntad… ¿qué hay curioso por el mundo p’ echarle un vistazo? Lo conseguía, tres movimientos míos, un paso atrás de ella. Bien, le tengo controlada. Está a raya.

Pero, no. Ella es insistente y espera en los derroteros de mi espacio, dando vueltas, tranquilita, con los brazos descansados en su espalda, como esperando el próximo autobús, sin prisa. No tiene urgencia, porque tiene todo el tiempo del mundo. No le preocupa que venga su enemigo a espantarla, no lo husmea cerca, tiene que estar entretenido en otros lares.

Y yo me descuido, poquito a poco. Por las mañanas, mis tareas se espacian entre ellas; por las tardes, se alargan las tumbadas. Y casi no me entero. ¡Ummmm! Percibo algo e intento identificarlo: Ah! Ya sé. Son las hormonas. Qué revueltas que las tengo. No hay que preocuparse, sino esperar con tranquilidad a que se calmen. Definitivamente, son ellas que hacen migas con el calor y me ralentizan los movimientos.

Entonces, no lucho contra ellas y sólo espero a que se coloquen en su lugar. Ya se aburrirán de molestarme y podré seguir jugando con mi imaginación, curiosidad, creatividad y deseo.

Pero… esos murmullos no son familiares. El sonido no es seco, característico del calor de Madrid y, las hormonas, que sí que están revueltas, nunca han jorobado tanto. ¡Ummmmm! Aquí hay algo más.

Decido despistarla, cojo una mochila y me escapo cuatro días en la mejor de las compañías, para hacer fuerza y poder confundirla en su empeño de seguirme. ¡Ja! , lo consigo. No tiene las zancadas tan largas y sabe que su enemigo está donde me voy. Batalla ganada.

Pero antes de marchar noto en la oscuridad una gran sonrisa cerrada e irónica, igualita a la del gato de Alicia. La miro en la distancia, con suspicacia, pero no me asusta. Le doy mi costumbre manotazo imaginario, del que hago uso cuando algo me incomoda.

Llega la hora de la vuelta y me la encuentro de frente. Esperando sentada en el confortable sofá, en la penumbra de mi cálido hogar, con las piernas cruzadas, con su mano izquierda dando palmitas pausadas en el sillón, como diciendo: Anda, L. siéntate junto a mí y no te resistas.

Suspiro. Le miro con resignación, me quito lentamente la mochila de la espalda y me voy disculpando con mis excusas. Me siento junto a ella, mientras me va colocando el brazo por los hombros, como una vieja amiga, acercándome a su cuerpo. Me acomodo en su abrazo, mientras me despido de cada uno de mis amigos: la energía, la curiosidad, el empeño, la imaginación, la creatividad, la risa tonta, la lista y, por último, la voluntad. Ésta me traslada una mirada cansada y reprochona, diciéndome sin hablarme: ‘Mira que te avise. Mira que te dije que tuvieses cuidado, que venía una vieja enemiga’.

Hoy al despertarme me la he encontrado, sentadita frente a mí, en la esquina del cuarto en la que se ha acomodado desde hace algunos días. Por fin me ha puesto de buena mala leche, hasta tal punto, que he sustituido el manotazo de costumbre por una buena hostia. Ahora, mientras escribo, le tengo bien atontada en el suelo. Noto que se recupera, pero no voy a dudar en darle otro tortazo.

Yo le llamo pereza. La voluntad le conoce por apatía, desidia, abandono. No me gusta que le nombre así, le da más importancia y yo no quiero hacerle grande. Ha ganado algunas batallas, pero por nada del mundo va a ganar la guerra.

Hoy, yo le tengo controlada, pero cuidadito con ella, que es escurridiza y jode mucho.

Risas y sonrisas