martes, 24 de marzo de 2009

Tareas pendientes

Últimamente en mi mail diario siempre digo: Hoy voy a seguir con mis tareas pendientes. Desde que no tengo otras labores, mis obligaciones son las tareas pendientes. En muchas ocasiones, me excusaba para no cerrar esos capítulos en espera. Muchos tenemos esta manía: explicarnos a nosotros, y de rebote a otros que lo quieran escuchar, el por qué no llegamos a retomar esos asuntillos que son tan importantes. Es que la falta de relojes te los aparca.

Yo ya no tengo muchas excusas y explicaciones, así que he decidido seguir con mis tareas pendientes. No siempre termino todo lo que empiezo, ni si quiera sé cuál es el orden de importancia que le doy a las cosas para finalizar algunas y dejar en el olvido otras. Desde luego que las que termino no son más importantes, así que lo simplifico y sencillamente lo calificó como un comportamiento caprichoso.

Estoy de visita en uno de mis antiguos hogares. He intentado forzar la memoria para contabilizar cuántos hogares he tenido. Llego a recordar once casas; cinco lugares de paso y cinco hogares; uno de ellos, a veces, tiranamente se transformaba en una casa vulgar o en una cárcel. A ese no vuelvo más. En cambio, adoro éste: el hogar en el que estoy de visita. Sigue con el aroma con el que yo lo dejé. Hecho por mí y para mí.

Me he puesto a buscar una de esas tareas pendientes. Sin pensarlo, he escudriñado bajo la cama de mi infancia para abrir cajas abandonas y recuperar algunas de mis tareas pendientes: cartas, infinidad de cartas escritas para nadie. No están escrita por mi puño y letra, pero son mías. Desde que se convirtieron en herencia, pasaron a formar parte de mi lista de tareas pendientes.

Nunca o casi nunca he hecho algo sin buscar un fin. Cuando subía una montaña, tenía la intención de llegar a la cima; cuando camino por Madrid, siempre voy directa a un destino. Otra cosa es cuando llego. Puede que no haga nada y me de la vuelta, pero si no tengo un destino no doy el primer paso.

En cambio, ahora no tengo ni idea de la finalidad que busco al rescatar esta tarea, pero ya me he hecho un esquema mental sobre los pasos que voy a dar con las cartas heredadas escritas para nadie.

En este hogar sigue esperando en otra caja- ésta más grande y más inalcanzable, puesto que está en el altillo del armario- otra tarea pendiente. ¡Vaya por Dios!, también otra herencia. En esta ocasión se trata de un libro sin encuadernar. En la primera cuartilla, mi abuelo me traslada su propia tarea pendiente de publicarlo. Ésta tendrá que esperar, no sé cuánto tardaré en cerrar la otra, ni siquiera sé si el despótico capricho me permitirá hacerlo. Seguirá en la dichosa lista hasta la próxima visita a mi penúltimo hogar.

He guardado las cartas para nadie en una carpeta que le regaló un saharaui a mi amigo del alma- siempre le sustraigo algo, convencida de que no lo echa en falta- y estoy dispuesta a hacerlas viajar hasta mi recién estrenado nuevo hogar que le ha dado por trasladarse al Puente de Vallecas.


Sigo con tareas pendientes: asuntos inacabados, visitas que no se han realizado o conversaciones que no han tenido lugar. Todavía no sé dónde ubicar este relato. Creo que anotaré la decisión en mi lista de tareas pendientes