martes, 24 de febrero de 2009

Los amantes del escalón

Estaba allí, solo. Rodeado de extraños que se contaban mentiras.
Mentiras para convencer, mentiras para convencerse. Y, en medio de todas esas mentiras, descubrí la gran verdad de mi vida: nunca había amado.
Ya que hablamos de verdades y, para no acudir más a la mentira, la verdad es que tal cruel realidad se me presentó una hora antes cuando de camino a casa vi una pareja besándose. ¡Qué beso! La pasión y el amor desbordaban de sus labios. Ella, subida en un escalón, había dispuesto sus labios a la misma altura de los de él. Él, no creo que se hubiese dado cuenta.

Desde aquel trivial momento, algo sacudía mi interior. Momentos de pasión, había tenido miles. Pero, aquello no era pasión, era entrega, era amor. ¿Cómo es posible que nunca me hubiera dado cuenta? Treinta y tantos años es mucho tiempo para no verlo.

¿Cuál era la razón de esto? Había tenido varias parejas. Una en la actualidad. Muchas amantes. Pero, nunca había amado. Amado sin condición, sin razón, sin motivo, con total entrega. Puede que tan solo me estuviese engañando. Aquella pareja no se amaba…Pero eso no alejaba la realidad que había alcanzado: yo nunca, nunca, había amado. ¿Era un monstruo? No podía ser. Recordaba tantos momentos en los que me sentí enamorado. Y, tantos y grandes besos. Besos, que marcaban diferencias, sabrosos, como el mejor de los banquetes; dulces; húmedos, pero no aquel que había visto; aquel a dos alturas que ubicaban los labios a una. Aquel no formaba parte de mi repertorio.
¿Y por qué llamarlo repertorio y no llamarlo recuerdo?

De repente, me vi reflejado, no sé dónde, pero todo se me presentó ante mis ojos. Yo había sido un profesional del amor. Había imitado a mis iguales simplemente para no ser distinto. Pero, en realidad tan solo era un actor interpretándome demasiado bien. ¿Serán el resto también actores de la misma comedia?

Recuerdo que una vez…-¡NO!, mentira, al menos dos- en las que una o a dos de mis parejas, en algún momento, me habían dicho: “Tú no tienes sentimientos”. Y, si uno se enfada cuando le dicen una gran verdad, debería ser yo una de las personas con menos capacidad de sentir del mundo.

Pero, también, recuerdo un millón de ocasiones llorar amargamente al sentirme no querido, sólo, rechazado. No puede ser que sea incapaz de sentir. No puede ser que sea incapaz de amar. Amo tanto, tanto, que de alguna manera me siento el mayor amante del mundo y, a la vez, este sentimiento no contradice la gran verdad que se me presentó no más de una hora antes al ver, durante puede que no más de medio segundo, a los amantes del escalón.

**Texto de Yoyo, la noche del 21 de febrero

Robada a un amigo en un bar envuelto de Jazz