jueves, 7 de mayo de 2009

Un poco más a la derecha

Un poco más a la derecha. No, no tanto. Levanta la cabeza. Un poco menos. Mira hacia arriba. Bien. Pero… levanta un poco la barbilla. Sonríe. Plas!!!


Qué difícil es hacer bien tarea, tras tarea, para que una simple luz de segundo  acabe con incesantes intentos que únicamente buscan, momento tras momento, una imagen agradable a la vista de tu pareja, y quede así grabada por los siglos de los siglos. Repites, una y otra vez, hasta que finalmente conseguís ese momento, vuestro momento.


A veces, la sensación de inutilidad se va adueñando de ti porque el camino que has elegido para realizar esas tareas y que tanto ha costado de recorrer parece, de nuevo, no ser el correcto. Pero, ¿qué hacer?  Tu cuerpo necesita descanso, tu mente equilibrio y el alma tiene que recomponerse de otro posible error. ¿Qué ha pasado? ¿Qué has hecho esta vez? ¿Qué has dicho? Has hecho todo cuanto estaba en tu mano, has esquivado las impertinencias, has estado atento ante cualquier descuido y los imprevistos que amenazaban han sido lidiados como buenamente has podido. Y de repente, vuelve a aparecer, en un segundo, la luz que te ciega momentáneamente  y te encuentras andando por un camino pedregoso. ¿Es cierto que todos los caminos llevan a Roma? Puede ser, pero no es fácil.


¿Cómo no morir en el intento de enamorar?, ¿dejándote enamorar sin dejarte llevar? Todo hay que pensarlo ¿Por qué? ¿Por qué empecinarse en esperar la siguiente caricia cuando ni siquiera se ha disfrutado de la última? ¿Por qué pensar en lo que hay fuera si ni siquiera conoces lo que hay dentro? ¿Por qué empeñarse en tergiversar las cosas? Me tachan de persona rara, pero cuando digo quiero esto, quiero esto. Cuando digo que necesito cinco minutos, no necesito todo el día, solo cinco minutos.  Cuando digo llamaré en cuanto acabe, llamaré, pero cuando acabe.


Da igual lo que hagas, como lo hagas, al final siempre aparecerá una dichosita luz que estropeará todo y vuelta a empezar. Una simple frase, un mal comentario, una mirada perdida que puede oscurecer el placer de amar para convertirlo en una picadura dolorosa y, a veces, hasta venenosa. Da igual cuáles eran tus intenciones porque se convertirán en sus intenciones, da igual el tiempo que dediques porque nunca será suficiente, da igual los besos que regales porque no irán precedidos de algo más, y al fin y al cabo, aunque hagas el amor y sientas que estás dentro de la persona que amas y le traspases  tus más íntimos sentimientos, verás que, en cuestión de segundos, una nueva luz ofuscará lo que momentos antes os llevaron a la cima del placer y del éxtasis.


Qué difícil es hacerse entender y que fácil lo ve uno mismo. Que fácil sería intentar comprender a la otra persona cuando crees lo que dice, sin avisos, sin toques. Si es blanco es blanco, no es gris y por mucho que se intente ver de otro color, sigue siendo blanco. Qué fácil sería reír y ser el mejor amigo todo el tiempo, sin roles, sin trampas, lo bueno y lo malo, la verdad. Intentar comprender, pero lo complicamos tanto, que en vez de hacer esto exigimos explicaciones, detalles que cuadren en nuestro subconsciente, sin traspasar la línea, sin alterar palabras que acaben en remolinos.


Aquel que opine que se puede fingir hacer el amor es que todavía no ha aprendido a amar. Amar no tiene reclamos ni peticiones, simplemente es un desbordamiento de sentimientos cual menos altruista. Qué complicado lo hacemos. Qué fácil debería ser cuando quieres.


Por todo ello, es más fácil mortalizar un momento sin ser avisado y dejando que la naturalidad hable por sí misma que tener que esperar la puñetera lucecita.


***Escrito por  ingravito en una noche de insomnio****

martes, 5 de mayo de 2009

Yo no tengo la culpa ¿no?

El domingo de este largo fin de semana fuimos a El Retiro con la intención de disfrutar de la prensa. En domingo, me apasiona leer El País y me apasiona más si en ese domingo luce el sol. Siento una cierta envidia por la forma de escribir de esos contadores de historias.

Yo andaba ojeando páginas del diario y él la revista. Me interrumpió mi lectura para pasarme un párrafo de un reportaje ‘Hogar dulce hogar ¿o la peor Pesadilla?' de Borja Vilaseca. Decía así: ‘’Después de demasiados años compartiendo piso con nuestra familia, muchos nos independizamos algo resentidos, saliendo por la puerta de atrás. Y al encontrarnos cara a cara con nuestra propia vida, no dudamos en culpar a nuestros padres y hermanos por nuestras lagunas afectivas, nuestras inseguridades e incluso por la rabia que experimentamos al ver cómo el conflicto y la insatisfacción siguen protagonizando nuestras relaciones más íntimas’’.

En ocasiones, creo que demasiadas, me refugio en esa inaceptable conclusión para justificar mi esencia, autoengañándome, plenamente consciente de que soy la única responsable del mal de mi vida.

Yo, como recomienda Vilaseca, hace tiempo que fui lo suficientemente consecuente para dejar de imputar a mi pasado mis actos presentes, mi talento y talante, o falta de ello, en mi relación con el mundo. Sin embargo, es más fácil culpar a otro ¿no? Siempre es más fácil responsabilizar a otros ¿no? El carpetazo es más limpio.

También me justifico preguntándome por qué voy a ser yo diferente si en muchas charlas descubro a diversos culpadores del pasado argumentando la amargura de su presente. Otro gesto fácil.

Gracias a estos culpadores del pasado, al verme en un espejo, aterrada retomo el argumento ‘de tú eres producto de ti mismo’. Intento no olvidarlo, no me presiono y, si un día caigo en ser un culpador del pasado, no me angustio, me abandono a ese sentimiento, prometiéndome que mañana volveré a ser producto de mi misma. Me doy licencia para un día de autocompasión, pero no más, ya que, entonces, sólo yo seré culpable del desagrado de mi hoy.

Por otro lado, caprichosamente también responsabilizo a mi pasado de las alegrías de mi presente. ¿Por qué no? Soy producto de mi misma ¿no? Así que, puedo hacer lo que me venga en gana y crearme como quiera utilizando y desechando lo que me apetezca.

La mayoría de los días me gusto, porque disfruto lo que han hecho conmigo aquellos que me han querido y me quieren.

Gracias a: Pedro, Ara, Cristina, Mavi, Virginia, Leila, Mapi, Aubin, Ratita, la Negra, María, Maricarmen, Las Evas, las Nurias, las Martas, las Elenas, las Arantxas, las Anas, los madrileños, los asturianos, los cántabros, los vascos, los alicantinos, los londinenses postizos, los canarios, los pasados, presentes, futuros y a Julio.  Mi pasado con ellos me hacen crear un buen presente y desear un mejor futuro.

Gracias a esos pasados, que intento conservar cada día con ternura, amor y respeto, - en ocasiones con gran torpeza- cuando tengo días por culpar al pasado, ellos me dan ánimo para  vivir, no malvivir, mi yo presente.

**Sulferilla, va por ti**